El ataque neoliberal
parece arrasar con todo y entre sus estrategias para dejarnos sin nada
destacan dos sobre el resto: desviar la atención a culpables que no lo
son, como las personas migrantes, y la más efectiva, abrumarnos con sus
planes de ajustes y reajustes, violencia social, policial y mediática
para que nos sintamos impotentes ante ese arremetida de malas noticias.
Estamos como esos boxeadores a los que un golpe en el mentón los ha
dejado grogui, sin caernos a la lona, tambaleantes, pero
fundamentalmente sin posibilidad de una respuesta que no sea cubrirnos,
intentar salvarnos de que el próximo golpe nos derrumbe por completo.
Nos cubrimos el mentón y nos pegan en el pómulo, nos cubrimos el pómulo y
el golpe va al hígado. Un metáfora que se ve representada en nuestra
necesidad de correr de uno a otro lado, a parar un desahucio, a evitar
una expulsión, a frenar una redada, a manifestarnos…pero cada vez menos
nos deja tiempo para repensarnos en estrategias, en nuevos discursos y
tácticas para enfrentar sus nuevas armas.
Hay que reconocerle
algo al poder, sabe lo que hace y cómo hacerlo. Al fin y al cabo la
“receta” que nos está aplicando ya se cocinó en muchos otros países…
pero no precisamente para garantizar bienestar y, ni siquiera, un plato
de comida.
Primero, montaron la caverna mediática más
retrógrada que hayamos podido imaginar, pero también muy efectiva para
lavar cabezas. Sin dudas el ataque de leyes y ajustes no sería posible
sin la fuerza de esos mensajes contaminados, mentirosos, que cubren toda
la parrilla de la pantalla, con la anuencia de periódicos en manos de
grupos económicos de entrecruzados intereses nacionales e
internacionales, e incluso con accionistas de grandes grupos inversores y
financieros.
Vieja estrategia, primero ganar la batalla
mediática, y luego, todo es más es fácil. Por eso, quizá, llevan años
hablando de que no hay dinero para todas, que el Estado no da más, que
es necesario ser competentes (y en consecuencia solo las personas
inútiles no podrán alcanzar el éxito), que todo en manos privadas
funciona mucho mejor, etc.
Y ahora la segunda batalla, la de
implementar las medidas, y que encuentra una sociedad contaminada y
–esencialmente- con mucho miedo… a perder el trabajo, a protestar, a
perder los papeles, a que me expulsen, a que me sanciones, a que no me
renueven el contrato, a que me encarcelen, a que me multen, a juntarme
con esa otra persona que vino de otros lados y es quien puede ocupar mi
lugar de trabajo en cuanto me descuide, a interactuar, a solidarizarme, a
acercarme a cualquier estrategia social que desde la misma caverna han
dado en llamar “nuevos terroristas”, “guerrillas” o parecidos.
En ese contexto, con más de cinco millones de personas desocupadas y
subiendo, es decir un 25 por ciento de la población activa sin trabajo y
entre las más jóvenes más de la mitad de ellas. Con el fin de la
atención sanitaria gratuita, la no renovación de las profas y profes
interinas y la consecuente superpoblación en las aulas, el quiebre de la
pequeña y mediana empresa, más de 150 familias por día que quedan en la
calle por los desahucios, aumento de impuestos, mayor presión fiscal y
bancaria, el panorama se presenta realmente oscuro.
A nadie
escapa que todo este ajuste representará más exclusión, una escuela cada
vez más cercana a funciones de contenedor social que las meramente
educativas, la tercera edad abandonada y una nueva generación que
difícilmente pueda alcanzar el estado de bienestar que supimos conocer.
Mayor conflictividad social, problemáticas sociales que se acentúen
(violencia de género, droga, personas en la calle, irascibilidad en la
gente, depresión, suicidios, etc.). A nadie escapa que lo que nos tocará
vivir será duro, pero las consecuencias, los efectos reales, tal vez
recién los podamos ver en la generación venidera.
Sin embargo, y
aunque el frente de tormenta realmente asusta, como espacios que
creemos en la construcción conjunta para defender derechos sociales de
todas, en la elaboración de redes de resistencia y solidaridad, tal vez
sea en este contexto donde podamos finalmente encontrar eco a esas
viejas consignas de la lucha precaria, de construir sin distinción
porque alguien haya nacido en uno u otro lugar.
La ruptura del
Estado de derecho va a suponer, posiblemente, que muchas personas que
acudían a los servicios sociales de la comunidad o los ayuntamientos,
recurran a nuestras redes y será un desafío construir conjuntamente
alternativas para hacer frente a las nuevas problemáticas. Luchamos
contra una tradición onegeista, una concepción tradicional que crea
dependencia en quien recibe, donde quien se acerca viene a que le den
una solución pero rara vez a buscarla juntas, y estará en todas
nosotras, poder contagiar nuestras ganas y modestas –pero no por ello
menos importantes- experiencias de construir y soñar coletivamente, de
arrimar el hombro.
Lo estamos viendo ya. La experiencia de
lucha barrial contra los desahucios nos está marcando el camino de que
es posible. No importa si el banco se quiere quedar con la casa de
Mohamed o de Ana, de Roberta o de Manolo. Importa que ellas se han
juntado, se han entendido, se han sentado a pensar en su lucha y hemos
entendido, que ese es el camino.
Ha llegado el momento que
desde muchos colectivos veníamos anunciando: cuando una persona es
privada de un derecho, nos están privando a todas, porque nunca se sabe
donde se frenará la guadaña cercenadora de quienes mandan. Lo que hasta
ahora era prohibir de derechos a las personas migrantes, se ha extendido
a privar de los mismos a gran parte de la sociedad, parece que llegan
los tiempos –finalmente- de todas reclamar por los derechos de todas. La
lógica que están empleando es siempre la misma: la versión utilitarista
de que si no produces no sirves; si no ganas no eres persona; si no
tienes, no vales. Y mucha gente que se acerque seguro llegará con la
autoestima tan herida que considere que no vale, que no sirve, que ni
siquiera es.
Por eso el desafío de seguir construyendo será,
como siempre, desde los propios cuidados y el de las compañeras y
compañeros. Empezar por ahí para ir levantando ladrillos en la
construcción colectiva. Aprehendiendo de todas las experiencias ya
desarrolladas, porque aunque ninguna podamos considerarnos inventoras de
nada, sí debemos sentirnos capaces de todo.
Tal vez vayan
quedando desfasadas viejas herramientas y sea necesario implementar
nuevas. Por eso, en ese caminar, será fundamental revisar una y otra vez
los mecanimos y dispositivos que vayamos creando. Tener espacios de
pensamiento y construcción de discurso…las personas que mandan quieren
que no pensemos, que lo nuestro sea correr y correr, que no está mal
porque estamos viendo que también se logran éxitos colectivos. Pero
necesitamos pensar, evaluar, aprender y desaprender. Porque en ese freno
podremos conocernos más, fortalecer nuestras redes y seguir creciendo.
Quizá sea esta reflexión un tanto optimista, pero pensamos que ya está
la realidad para pegarnos en el día a día como para ponernos límites a
la hora de proyectarnos como colectivos en red. Las luchas sostenidas
hasta el momento no han sido fáciles, y seguimos aprendiendo en el día a
día; lo que viene parece será peor, pero aquí estaremos, dispuestas a
construir entre todas por ese mundo mejor que ya no solo debemos sentir
como posible, sino como urgentemente imprescindible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario